Si bien no quiero escribir sobre esto, es un tema que ronda mi capocha desde hace mucho: por qué ya no programo de manera corrida, sin descanso, sin pausa, como hacía cuando era joven, cuando tenía trabajo allá en San Rafael haciendo programitas para gestionar almacenes y supermercados, de manera fluida y entretenida, apasionada, divertida y graciosa. Me reía a veces solo, viendo cómo resolvía algunas cosas, y me divertía bastante, lo repito. Ahora en cambio es otro el lenguaje, otras las cuestiones que resolver, y tengo que callar las voces que en mi interior recuerdan lo que sucedió por aquellos días, en cuanto estoy sentado frente a la computadora aquellos fantasmas vuelven por mí, a recordarme que ya no tengo dieciocho años, que la juventud es cosa del pasado y que ellos mandan de alguna manera en mi vida todo lo que pueden, o al menos hasta que los hago conscientes y los muevo hacia un lado con un gesto de la mano, así, hacia la derecha ponele y listo. Se terminó el problema, de esta puta manera lo voy resolviendo.
Pero claro, ¿cuál será el motivo me pregunto una y otra vez? Tengo que estudiar el maldito lenguaje porque de otra manera no salen las cosas, me veo una y otra vez, lo repito como en un loop, enfrentando las mismas situaciones, los mismos problemas chotos de siempre y nada logra cuajar ni encaminarse como debiera. Leí hace poco de
desarrollo guiado por la producción, es decir que a medida que vas desarrollando lo que ponés en producción te va tirando del hocico para que hagas más, y así finalmente las cosas salen, los programas avanzan. De otra manera estás atascado por las cuestiones legales y técnicas que rodean a la programación y no avanzás más. ¿Cuestiones técnicas, decía, como que la chica con la que trabajás se tire encima tuyo para que le des unos besos? Jaja, eso no, eso no es a lo que me refiero, pero suele suceder. Qué triste en un punto sería darme cuenta que han pasado los años y en vez de estar haciendo eso que me hacen a mí de alguna manera, he perdido el maldito tiempo privándome de algunas cosas que me gustan como por ejemplo programar y hacer divertidas maniobras para que la computadora haga esto o aquello, todos los días y sorprenda así a los usuarios, que se van a poner contentos de usar algo que hice yo, y que va a producir un beneficio en alguna maldita organización que de entrada nomás te va a decir que no le importa un bledo que las cosas funcionen, sino más bien que el dinero no deje de entrar ahí a como de lugar, lo bueno o malo que seas programando no va a importar un carajo, mucho menos tus pretendidas y nunca bien remuneradas habilidades al momento de resolver cuestiones ni mucho menos tus valores morales por decir así, que a nadie importan.
Fue una situación extraña. Venía bien, lo digo con absoluta convicción, venía bien por aquellos años, estaba saliendo del servicio militar y tuve la bendita ocurrencia de enfrentarme a los problemas de una vez por todas, y hacer que las cosas empezar a caminar también como decía más arriba,
a como de lugar. De cualquier manera que sea, ese no sería un año para el olvido, tenía que empezar a andar. Y agarrate, lo que vino después: años de enfrentar al poder de turno, años de enfrentar al maldito que habita en mí que quería llevarme para cualquier lado menos para donde convenía, y años de luchar una lucha valga la puta redundancia que me tenía a mí mismo frente a frente, y encima sintiendo por así decir, que era desigual.
Por ahora, lo que conviene ya que dejé de lado mi frustrada carrera de programador, es tirarme a descansar esta media horita que tengo ganada, que tengo regalada después de que me levantara temprano hoy a estudiar (porque sigo estudiando aunque todos digan que no es necesario) y salga a la calle a ganarme otra vez el pan como lo vengo haciendo. Capaz ahí está el quid de la cuestión, en vez de ganarme el pan debería ganarme no se, el Oscar.