-Amar es no solo aventurarse -dijo Joaquín como pensando en voz alta.
-Es cierto -respondió ella, entusiasmada.
Los dos bajaban el río en un bote inflable, alquilado junto a 10 personas más todos ellos turistas. Joaquín había hecho ya varias veces el recorrido, lo conocía a la perfección, en cambio Lucía hacía su primer descenso. Temblaba. Estaba asustada porque le habían comentado acerca del nivel de dificultad de este río, que era alto, pero confiaba en la pericia de los dueños del bote, y también en su amigo. Recordaba las cataratas del Niágara, había estado ahí el año pasado. Le traían justo en este momento buenos recuerdos, fantásticas imágenes de un paisaje deslumbrante y aterrador a la vez. ¿Y si este bote terminaba en una caída de 100 metros, similar a las de las cataratas? ¡Por Dios no! Pensaba ella, el corazón desbordado.
Mientras descendían, los guías llevaban la voz de mando, -¡Remen! -decía uno, que iba sentado detrás de todos. -¡Basta de remos! -cambiaba enseguida. Lucía iba sentada en el medio del bote, no llevaba remos en sus manos, iba descansando; los otros hacían fuerza, seguían la voz y miraban el paisaje entrecortado, con dificultad. Ella -en cambio- no dejaba de mirar en ningún momento la orilla del río, seguía el movimiento de la montaña cercana, se distraía con los pájaros que aleteaban encima, entre los árboles.
Joaquín la miraba de reojo. Había empezado a gustarle. Le ayudó a colocarse el salvavidas, le subió el cierre del chaleco y la observó en sus movimientos suaves y seguros, sin dudas ni preguntas absurdas. Ella le gustaba. Pensaba ayudarla todo el tiempo que durara el viaje, no la dejaría sola si algo ocurría con el bote. Estaba dispuesto a sacrificarse por ella, aún así, con tan poco tiempo de amistad. Es que cuando me enamoro -pensaba- soy capaz de cualquier cosa.
Había algo en su rostro que lo atraía, algo así como un rumor de soledad, una hermética somnolencia de domingo a la tarde, algo... una sutil pero definitiva diferencia con las otras que también bajaban con ellos. Ya le parecía una mujer única. Tal vez, había sido muy prematuro hablar de amor al comienzo de la aventura, pero quiso decirle eso, ese juego de palabras muy lógico... "Amar es -no sólo- aventurarse"... como quien dice aventurarse pero en compañía y también dejando entrever que amar podía ser otras cosas.
García Be