Rufino entendió la situación y siguió caminando.
-Eh, pibe pará no te vayas -le pidió el kioskero. -Vos lo viste al cabrón ese, me robó, esperate un rato que venga la policía así me ayudás de testigo. Vos lo viste, no te vayas.
-Bueno, está bien, muy bien no lo vi, no me dio ni tiempo a mirarlo a la cara, pero me quedo y te doy una mano. ¿Me puedo quedar adentro del local? ¡Mirá como llueve! -preguntó Rufino.
-Claro, pasá, servite lo que quieras. Tenés una cara de hambre vos, ¿sos de por acá del barrio?
-Si, de acá a la vuelta, de la pensión de doña Rosa.
-Ah, la vieja esa... pasá pasá... ¿Pero entonces de dónde venís? -preguntó el hombre mientras Rufino se secaba la cabeza con servilletas de café y sacudía sus pies.
-Del campo, soy de un pueblito acá a 300 kilómetros, perdido en la frontera.
-Ah, qué lindo, uh allá si se vive bien, no tenés estos quilombos. Acá hermano te roban a cada rato, es una mierda. -dijo el hombre esperando con el teléfono en la mano.
-Si, está difícil y más para mi que no conozco mucho la ciudad. A mi me gustan las computadoras, vine a aprender de eso y llevarme lo que aprenda para el campo, allá en mi pueblito no hay.
-Es al pedo, no te gastés... las computadoras son una mierda, lo único que me sacaron a mi fue la plata. Una porquería. Gasté más de media vida trabajando en eso y mirá, terminé de kiosquero, nunca me fue mejor. Acá conocés gente, te relacionás, hacés amigos, pero amigos de verdad. Con la computadora estaba todo el día sentado ahí resolviendo problemas de otros, y para qué... para nada. -El hombre se había entusiasmado y ya se estaba olvidando. El teléfono no respondía nunca y se había olvidado del incidente, ahora estaba más preocupado por convencer a Rufino que las computadoras eran una lacra, nada útil.
-Es que no quiero trabajar en eso, yo quiero aprender nomás para comunicarme con otros a miles de kilómetros, como hacen todos. Eso quiero, y nada más ¿es muy complicado decís? -preguntaba el.
-Puras huevadas nene, acá tenés laburo en serio. Acá hay que arremangarse todos los días y atender a estos cabrones que dicen que quieren algo y si, lo que quieren es cagarte el día, amargarte la semana y no laburar. ¡Hijo de putaaaa! -gritaba en la vereda, mirando hacia donde se fue el chorro.
Al fin vino el móvil policial. Rufino declaró lo que había ocurrido, los oficiales tomaron nota, formalizaron la denuncia y se fueron dejando al dueño del kiosco más tranquilo y a Rufino con una citación para declarar en la comisaría ampliando los detalles.