sábado, 1 de febrero de 2014

Relato (primera parte)


Comenzar de nuevo. Volver a empezar, dejar atrás aquello que tanto malestar le producía y calzarse con humildad los botines y salir a la cancha.

Como aquella vez que metieron cinco, y él hizo tres. Y se los dedicó a Eugenia que estaba en la tribuna detrás del arco contrario, en los dos primeros. Y los gritó frente a ella y estaba feliz y los festejaba a sus anchas.  Habrían festejado dentro de la cancha, gritando como locos, pero era imposible. Ella estaba envuelta en una humareda blanca que el viento arrinconaba frente a las gradas,  por el vendedor de choripán detrás del estadio. Habría saltado, habría hecho toda clase de payasadas estando ahí con él, pero estaba detrás de la tela, y gritaban como locos su gol número dos.


-Hola Eugenia -le dijo horas después por teléfono-, te ví en la tribuna, sos loca cómo te metés entre la gente de la popular.
-Bueno, cuando me gusta algo voy al frente -dijo ella.
-Pero ese estadio es un horno en verano y vos con esas musculosas, te veía ahí entre los hinchas todos chivados y furiosos... vos al medio... sos corajuda.
-Y claro. Cuando algo me gusta no me importa, yo voy.
-Está bien. ¿Y cómo estás? ¿Salimos esta noche?
-Bien, todo bien -contestó ella-. Y dale salgamos, ¿no te duelen los pies?
-No, para nada, o sí, algo me duelen pero estoy acostumbrado y más vale que me acostumbre -dijo.
Salieron. La fue a buscar por su casa de Pueblo Diamante, cerca del estadio, y salieron con rumbo al centro primero y después tomó para Valle Grande, en busca de algún rinconcito donde cenar, algo tranquilo, íntimo como le gustaba a él. Era su propuesta y se la respetaría. Giró por Balloffet y cuando habían atravesado los dos puentes, tomó a la derecha en vez de seguir, de manera que había un repentino cambio de planes: en vez de ir al Valle irían a El Nihuil. Lo dejó seguir, todavía no estaba nerviosa, era su primera salida pero confiaba en aquel jugador de fútbol que quizás alguna vez soñó con jugar el fútbol grande.
Al cabo de una media hora, ya entrada la Cuesta de los Terneros, ella dijo:
-Viste acá cerquita está el mirador, ¿vas a parar?
-Dale -contestó él, sonriendo.
-Qué hermosa vista -dijo ella mirando las luces, la noche, las estrellas.
-Es bárbara la vista, ¿nos bajamos?
-Bueno, bajemos, esperá que busco el sueter.

El se acercó y la abrazó por su cintura, suavemente, como para abrigarla y ella le dejó hacer. Un abrazo no se le niega a nadie. Además la noche está bárbara, pensaba, y no tiene nada de malo. Una suave brisa refrescaba el momento. Era cálido y fresco a la vez, como una noche de verano pero arriba de la montaña. Una luz se acerca en la curva de la trepada y pasa detrás de ellos doblando y tocando bocina, quizás para molestar. El eco de los cerros les devuelve la cercanía y la lejanía del auto que ya se va. Es una noche mágica, ideal para comenzar un romance, ponerse de novios, o hacer el amor. Ésto último no, claro: están conociéndose, piensa ella, pero sería bonito venir aquí y hacerlo en una noche así y dentro del auto, por qué no.
Y recordar, que fue aquí la primera salida la primera noche juntos.
-Tengo hambre -dijo-, ¿vos no?
-Sí, vamos.
Raúl se subió al auto, Eugenia lo siguió, recogiendo algo del piso ignorando qué era.
-Mirá, diez pesos -dijo.
-¡Qué suerte, ya tenemos para la cena! -bromeó él.
-Qué bobo, pero mirá estaban ahí tirados -dijo, guardando el billete en el bolsillo de su pantalón.
-Salir conmigo te va a traer suerte, ya vas a ver.
-Espero que si, espero que buena suerte.
Tomaron por la ruta hacia San Rafael, plácidamente, escuchando la voz dulce del cantante melódico que pasaban por radio y que hacía la noche todavía más agradable.


Al llegar a Mitre y San Martín, Raúl buscó estacionamiento y paró el auto. Eran ya las cuatro de la mañana. Cómo se fue el tiempo pensó Eugenia, dispuesta a seguir disfrutando la noche. Juntos, sin preocuparse demasiado, miraban de vez en cuando un auto, tal vez una bicicleta, alguien caminando. Muy poca gente a esa hora de la noche, aunque sea pleno centro. Ahí cerquita, una farmacia de turno era el único centro de atracción al que venía algún auto, se paraba y alguien bajaba apurado a comprar tal vez medicamentos, tal vez preservativos, o algún regalo.
-¿A esta hora? -preguntó ella- ¿Regalos...? No creo.
-A ver ese que se bajó ahora, qué decís que va a comprar -preguntó Raúl.
-Algo para su mujer a punto de tener familia.
-Y puede ser, puede ser... -dijo mirando con atención la salida del muchacho.
-¿Y qué tal si vas y te fijás dale, porfi?
-Bueno, voy -dijo y se bajó de pronto corriendo hasta la farmacia con el plan de preguntar cualquier estupidez pero más que nada saber qué compraba el muchacho. Volvió a los pocos minutos.
-Compró remedios, dice que para la madre.
-Ah, mirá... bueno subite, dale, no seas pavo -dijo ella y se echó a reir.
-Claro, primero me mandás en misión secreta y ahora te reís, ya vas a ver vos! -se le tiró encima a hacerle cosquillas, pero también a tocarla un poco, eso era obvio.
Ella vio que alguien conocido estacionaba cerca de la farmacia y quiso prestar atención. Era su primo, que dejaba el auto ahí mismo para bajarse y comprar algo, ¡ahora sí quería saber qué pasaba! Pero no le dio tiempo: el muchacho preguntó algo y rápidamente se subió al auto y se fue, con evidente urgencia. Ella no comentó nada. Prefería guardar silencio y preguntarle después por teléfono qué había pasado, si estaba todo bien. Por ahora, seguiría la diversión con Raúl que se estaba pasando de listo con las manos y entre cosquilla y cosquilla había rozado sin querer sus lolas y no ocultaba sus deseos de besarla. Ella lo dejaba hacer, no había problemas, eran jóvenes y se gustaban, para qué ocultarlo. Finalmente la besó. Y a ella le había gustado. Pero hasta ahí. Ya está bien. Sigamos con lo que estábamos haciendo o vámonos. Que recién nos conocemos, ¿dale?


El preparador físico del club había indicado minutos antes la rutina y quienes habían llegado a tiempo al entrenamiento tenían marcadas las tareas a ejecutar, y tenían que hacerlo antes de las diez de la mañana. A esa hora había partido entre ellos. Un picado.
-Cómo van tus cosas Raúl -preguntó uno de los compañeros, el defensor central.
-Y bien, ahí vamos. A ver si el salame de mi representante hace algo bien un día, che. Para mí que voy a cambiarlo en cualquier momento -contestó él.
-¿Ah pero no son tus viejos?
-No, mis viejos no se pueden ocupar. Están con su vida, su empresa, no me dan ni bola. Siguen todo desde afuera, además no entienden nada de fútbol ni de manejo de jugadores.
-Ah, y sí..., todo un tema.
Raúl empieza la rutina que consiste en trotar alrededor de la cancha hasta entrar en calor, y después toda clase de movimientos con la pelota. Toques, pases, gambetas, ejercitando todos los músculos de las extremidades inferiores, buscando mayor flexibilidad, mayor adaptación al esfuerzo físico que supone un partido, bajo la atenta mirada de los dirigentes y el cuerpo técnico que solo piensa en ganar. Ganar partidos y ganar plata. Que de eso se trata el fútbol. Raúl los mira a veces de reojo, pensando en el par de sueldos atrasados que le deben y en las ganas de ir a probar suerte en clubes de Buenos Aires, aunque sea Villa Dálmine, mirá... La tribuna está vacía, salvo en una esquina que hay un grupito de familiares y simpatizantes. Acaso serán diez, que les dejaron libre ese lugarcito para estar presentes mientras los chicos entrenan. Pero tienen que hacer silencio, nada de arengar ni cantar. Silencio.

Raúl y Eugenia se quieren. Es un hecho. Ella lo siente en el cuerpo, en la mirada, también se nota en los regalos que le hace, que no son caros pero demuestran su cariño, su atención y ella lo agradece siempre con un beso sonoro o un abrazo generoso. Cada vez que se ven, él trae algo. Rara vez es una flor, aunque también hay esos días. Busca lo que sea que haya caído en sus manos y se lo da: un llavero, un mapa, una foto, un calco, un helado, un caramelo, bombones, algún rosario en madera, cualquier cosa. Todo o casi todo es para ella, es un dulce. Sabe conquistar a su novia con pequeños gestos, y también sabe pegarle a la pelota con precisión de relojero. Su especialidad es el gol de cabeza en el córner. Ha hecho diez, y sólo en este campeonato que lleva ocho fechas. Una barbaridad. El promedio de este muchacho ha trascendido a otras ciudades, lo mencionan cada vez más en las notas periodísticas y se emociona viendo a sus familiares que le cuentan cada noticia, cada recorte de diario que amontonan -según él- inútilmente, pero ellos son felices, dejalos, le dice una tía, cuando le habla de los primos y él, modestamente, se queja. Que no tienen que hacer eso si sus goles no son la gran cosa, los rivales tampoco -se agranda-; él último fue una pavada, se lo comió el arquero de punta a punta lo querían matar sus compañeros. ¡Pero tirate!, le habían gritado y él como si quisiera cuidar su ropa que estaba impecable siempre, tal vez para la foto, sólo la miró. Y después dijo balbuceando: ¡no lo ví che! Pero se mantuvo en esa postura, no dijo nada más. Otros suelen echarle la culpa al defensor, pero esta vez el arquero no dijo nada.

Eugenia le cuenta a todos que está saliendo con el nueve de Huracán. Algunos se ríen porque dicen es un equipo local, dejate de embromar, que empiece a trabajar pronto o se quedan en la calle. Ella lo defiende, dice que sí tiene talento y que ya van a ver cuando lo vendan a Buenos Aires, y ahí si, nos casamos. Es todo un tema eso eh, no te creas, mirá que no es fácil, está bien, ya debutó en primera, pero aquellos equipos prefieren los jugadores que salieron de las inferiores. Muchos les ofrecen formación universitaria, que no cualquier club la da. Y eso es importante porque así estás educando personas no solamente una maquinita de hacer dinero.
Ella, no muy convencida, asiente con la cabeza. Confía. Su novio no le habrá mentido cuando dice que su gran ilusión es irse a trabajar a la capital. Allá está la verdadera movida del fútbol y la cocina de todo en realidad. Si hasta es capaz que ella encuentre algo que hacer con su oficio de escultora. Siempre le gustaron los cacharros y cada vez que puede vuelve a su torno y a sus cinceles y empieza a modelar algo, por puro placer, y por no perder la práctica. Raúl no entiende demasiado su trabajo. Le dice que están muy buenos pero es que no sabe qué decir porque no sabe mucho de arte, aunque le resulten atractivos. Hay algo que a él le cae bien y se lo dice con toda naturalidad. Ella lo agradece, y algunos objetos ya fueron a parar a su casa, como retribución por tanto regalo. Ella también es agradecida y sabe reconocer los buenos momentos. Sus compañeros le preguntan bromeando si es “gauchita”. El cambia enseguida su semblante y se pone serio. No le gusta que hablen así. Se trata nada menos que de la futura madre de sus hijos, con eso no se jode.
-El jabón -dice él, agitando su mano hacia el piso.
-Agachate vos nene -le contesta un compañero.
-Dale no seas pavo, pasamelo -se rie.
El chico lo acerca con el pie hacia donde está Raúl, que quiebra las rodillas hasta alcanzarlo, no sea que le gasten una broma pesada y ahora sí se baña tranquilo.


[#]

Raúl quiebra la cintura y pasa entre dos que quedan tendidos en el césped. Levanta la vista, mira al arquero y la clava en el ángulo de derecha. Gol. No es un gol cualquiera, están peleando la punta del campeonato y es el mejor momento para hacerlo: minuto cuarenta del primer tiempo. Se van al vestuario trasladando el problema al equipo contrario. Ahora, que laburen ellos, dice con una sonrisa. Y Raúl es el héroe. Los compañeros lo palmean, lo abrazan, murmuran mientras bajan por el túnel señalándolo en voz baja. Él lo sabe, sabe que es un poco el ídolo de sus compañeros pero lo toma con naturalidad y humildad. Dos cualidades que aprendió de chico en la escuelita de fútbol del Aldo. Qué profesor, cómo nos enseñaba -les dice a sus compañeros-, era un capo. Agarraba el pizarrón viejo, y te desmenuzaba un partido en dos segundos. La tenía muy clara. Se jubiló el año pasado, ¿lo conocés? ¿Cómo no vas a conocer al Aldo, nene?

En los vestuarios se viene la charla técnica y debe estar concentrado. Mira su celular en el banco y se reprocha, pero cómo lo dejé ahí. No suena, ni va a sonar, porque Eugenia sabe que a esa hora no lo puede molestar, pero él lo mira por las dudas, le aburre un poco la charla técnica, la arenga del profesor de educación física, de los muchachos. Sale a la cancha y hace lo que tiene que hacer y punto, ahora estaría perfecto un llamadito de la Euge, que le interese saber qué estoy haciendo. Hice un gol -piensa-, a ver si hago otro enseguida. Pero la tribuna estuvo floja, o hacen más quilombo o no hago nada ningún gol. Se los voy a decir apenas salga a la cancha. Ya veremos cómo. El celular sigue ahí, quietito y callado. Bueno, mejor -piensa-, si total qué otra cosa puede estar haciendo la Euge que necesite hablarme, seguro estará lo más entretenida con sus cacharros y su arcilla y sus proyectos. Los goles no son su fuerte. Aunque a veces viene, me acompaña, pero las tribunas no son para ella, es muy fina y delicada. A veces ha mostrado también un costado más agresivo, más barrial, más tribunero pero conservando la elegancia. Eso ante todo.

También tiene -piensa- su costado inverosímil, como aquella vez que le contó de la mano extraña que ella sentía que le daba un manotazo al aire mientras estaba en el baño, con la puerta abierta, arreglándose frente al espejo. Fue espantoso -dijo Eugenia- porque fue “real”, lo más real que viví en mi vida quiero decir y sin que estuviera allí. Es como si de pronto alguien fuera pasando vos te das cuenta que la tiene con vos que algo te quiere decir pero en realidad está enojado y sentís su presencia ahí del otro lado de la puerta aunque estuviera cerrada, solo un poco como para que entre aire que cuando me estoy depilando me mata el calor -sigue el relato de Eugenia-, justo ahí se apareció. Me tiró un manotazo, dos, hasta tres creo. Ninguno acertó. A mí se me bajó la presión, casi me desmayo. Me puse blanca, me miraba al espejo para descartar que estuviera loca, necesitaba la confianza de ver una cara conocida, aunque sea la mía ahí reflejada, y pensaba qué sería eso que por suerte había pasado ya.

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Relatar, nada.

 Se dijo en la oficina que hacía calor y que había que prender el aire acondicionado, de todos modos estamos preparados para lo peor.  Hoy, ...