"Luces calientes atraviesan mi mente,
te veo a vos."
Sumo
te veo a vos."
Sumo
-Tengo un par de deudas o mejor dicho, un par de miles de deudas. A cada santo una vela como reza el dicho popular. Sin embargo estoy convencido que antes que el año termine, saldaré la mitad al menos. -Rufino se consolaba pensando lo bien que iba el trabajo. Era la época del año en que las cosas suelen empezar a cambiar de rumbo, la temporada alta que le dicen. Los clientes empiezan a agolparse en la entrada del negocio, y la cara del dueño cambia totalmente. Se convierte en un sujeto agradable, sonriente y generoso que lo tiene a uno en bandeja de plata. Te da todos los gustos, incluso antes que te atrevas a pedirlos. Es adivino. O brujo. Se me ocurre ésta metáfora: cuando el viento sopla de cola y las olas están bajas, la nave avanza a toda marcha y el jefe es bueno, solidario y buen compañero. Pero cuando el viento arrecia y las olas estremecen el barco, ahí la cosa cambia. El jefe es un ortiba de aquellos.
Eso es lo que ocurre una vez terminado el verano. Los días parecen cambiar el humor de la gente. Incluso los pocos clientes que vienen al negocio están de mal humor, menos quieren comprar. Sólo lo indispensable para la vida. Cualquier otra cosa es inútil, incluso mi cara. Les falta escupirme a veces. Yo lo noto enseguida y trato de calmarlos hablándoles del clima, ofreciéndoles algún regalito que tenga a mano, o cualquier oferta que me imagino les pueda servir. Los conozco a casi todos. Vivir en esta especie de bosque retirado del pueblo, nos da una seguridad de que es aquí donde van a venir todos. Y a todos los conocemos. Sabemos cuántos familiares son en casa, cuántos vecinos y quiénes son. De manera que es fácil acertar cuando queremos adivinar y hacer un regalo. De verdad, sabemos mucho de la gente que vive aquí. Todos ellos vienen a cargar combustible acá, es el único lugar habilitado. Tenemos esa bomba tan vieja pero que todavía funciona a la perfección. Y eso funciona también como gancho. Muchos vienen por el combustible, pero terminan llevando otras cosas. Para el auto o para la casa. De primera o de segunda necesidad.
Igual, es un tanto aburrido en el invierno. Sobre todo cuando nieva, hay que trabajar mucho. Por eso a la noche, a mí me da por jugar al poker on-line, y eso lamentablemente ha sido mi perdición. Estoy endeudándome a pasos agigantados. ¡Mi jefe me sigue a la par, eh! Está entusisamado con la tecnología como yo. A los dos nos encanta jugar y más ahora con internet que jugamos con gente de todo el mundo. ¿Será cierto? ¿No será que la máquina tiene esos jugadores completamente inventados? ¿Ah, pero y cuando chateas? ¡Y qué, bien podrían ser robots! Eso me decía un amigo. Hoy la tecnología hace que uno crea que está hablando con alguien y no, en realidad es la misma máquina que elabora contenidos y conversaciones de los más variados temas teniendo en cuenta ese conocimiento que va acumulando de nosotros y que registra obviamente en sus memorias internas. Nos conoce mejor que nosotros mismos, de hecho evita mostrar de repente todo lo que sabe. Nos retacea información, nos oculta todo lo que sabe de nosotros porque nos daríamos cuenta enseguida que estamos siendo engañados. Tan hábilmente las han programado.
O sea, el escenario es el siguiente: me conecto a un servidor de juegos, y elijo uno al azar. Normalmente elijo póker. Este servidor ya tiene información sobre mí, y me pone a jugar con "julio399" que es un robot. Yo entro como un caballo y empiezo a conversar con él, pero atención, el tipo sabe cosas de mí como gustos, preferencias, ideologías, y un largo etcétera y va desgranando una conversación totalmente inventada, en la cual obviamente me va envolviendo y haciéndome perder muchísima guita.
Termino la sesión feliz. Feliz de la vida porque he conversado con alguien, pero totalmente seco: la máquina me ganó otra vez.