Fumaba en el balcón y caminaba de aquí para allá nerviosamente como respondiendo a la luna furiosa de amarillo todo eso que daba vueltas en su mente. Discutía con ella, la increpaba, la insultaba. Quería cortar su rostro, si tuviera un cuchillo a mano lo habría hecho. Pero tenía que llegar al cielo, llegar hasta ella que pretendía ser una mujer encendida, una heroína fuera de cuadro, toda hermética en su armadura, toda lejana.
Entró. Se dispersó en algunas tareas sin sentido pero seguía caminando de aquí para allá, buscando algo difuso, algo etéreo y transparente como el humo de su cigarrillo, como el cigarrillo que fumaron juntos a medias, a bocanadas, a quemarropa.
Tecleaba unas palabras, y seguía con sus tareas, seguía de aquí para allá, ahora cortaba para sus hijos unas letras del periódico, ahora escribía en su computadora, llamaba la atención de sus amigos escribiendo frases que se leian igual de atrás para adelante que de viceversa para atrás. (Idiota, me hace equivocar).
Lo observo tranquilo, lo dejo actuar, hacer su teatrito infantil y absurdo, lo llamo por teléfono porque él no sabe de mi, no tiene idea de mi presencia, prefiere ignorarme y seguir caminando de aquí para allá, en una mueca absurda y aburrida, en un histérico movimiento perpetuo y circular.
Ahora llama por teléfono y este de aquí a mi lado hace un sonido sencillo y me queda claro que es a mi a quien llaman.
García Be
jueves, 24 de junio de 2010
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