A mi maestro
Carlos Brega
con cariño.
Se escapó corriendo, danto trotecitos histéricos con sus calzas blancas ajustadas. Al cruzar la calle una moto que llegaba a la esquina no pudo esquivarla, ella tampoco, pero se trepó en medio de los dos ocupantes, todo ocurrió muy rápido. La moto intentaba seguir su camino, ella ahora iba entre los dos pero por el mismo impulso y la sorpresa, apenas cruzaron la calle se cayó pesadamente al asfalto.
A su lado llegué gritando y pregunté qué le pasaba si estaba loca o si un demonio se había apoderado de ella.
La gente empezó a acercarse, todos querían levantarla y ella se hacía cada vez más chiquita con mis gritos. Yo cada vez gritaba más fuerte no solo para que me oyera, también quería no se... ¿matarla? De un empujón me sacaron de ahí, y como intentara volver con los gritos, un puñetazo en el medio de mi cara me devolvió a la realidad.
-¡La cara! -gritaba llevándome las manos al rostro- ¡La cara!
-¡Quédese ahí por Dios, no moleste! -supe que alguien me decía.
-¡Ella no tiene nada, sólo está loca! -gritaba intentando ver la escena.
-Basta señor, no moleste, soy médico.
La estaban atendiendo y eso me dejó más tranquilo. Volví al camino, me dispuse a volver por donde había venido, después de todo apenas si la conocía, estuvimos juntos una noche, una siesta y una mediatarde. Tomando mates nos fuimos conociendo y contándonos lo más íntimo, lo más oscuro, hasta que empezamos a hablar de cosas que no se debe y ella explotó igual que mi nariz.
García Be.
sábado, 15 de mayo de 2010
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