miércoles, 30 de septiembre de 2020

Hacerse cargo

 

Salí a correr con entusiasmo ayer, y me encontré con la situación de que en el parque no había gente, estaba todo el mundo en su casa, evitando salir a hacer actividad física, a diferencia mia, claro, que encontré un momento en mi complicada agenda y me puse los cortos para salir a sudar un poco que hace bien, y cuando iba promediando la vuelta al parque que doy habitualmente, una rama cayó de un árbol golpeando mi cabeza levemente sin causar daño alguno pero advirtiéndome que no estaba bueno lo que pasaba, que el viento zonda estaba complicando realmente la ciudad y que mejor cambiaba de dirección de inmediato, me volcaba a cruzar la avenida y me escondía de los árboles frondosos y peligrosos del parque, y naturalmente eso hice.  Crucé de inmediato, como decía, la avenida por la senda peatonal (creo) y me lancé a correr entre los autos y las veredas derecho a casa.  Comenté la situación apenas llegué y se rieron de que por suerte no tuviera mayores daños en la cabeza, claro alguno que otro magullón deberán haber visto, porque si no, por qué las risas, no le di importancia al asunto y me fui a preparar después unos mates.  Pero lo cierto es que lo pasé un poco mal por el temita de la rama golpeándome la cabeza, después que el viento azotara el árbol y cayera justo encima mío, a la vista de los policías que custodian el tráfico más allá de la esquina donde la ciudad linda con Godoy Cruz.  De manera que lo que estaba pasando era que mis daños cerebrales no alcanzaban a preocupar a nadie, yo que todavía no miraba el espejo, no me daba cuenta de que en realidad había otro motivo para las risas, pero que no era yo, sólo que producto de cierta paranoia, o como se llame al acto de sentirse observado, estudiado, examinado en detalle por la gente con la que convivo, me llevara a pensar que sí, que en realidad había un daño preocupante en el cuero cabelludo y algo tenía que hacer: por ejemplo, ir a un espejo a mirar.  Y ya que estaba, lo hice.  Fui al baño, prendí la luz y miré en el interior a ver qué se veía ahí que hay un gran espejo.  No vi nada grave, apenas un poquito roja la piel algo irritada estaría, sin importancia.  Me fui tranquilo a buscar lo necesario para disponerme a sumergirme en el baño tranquilizador y refrescante.  Tropecé en el camino con un charco de agua que después descubrí que en realidad era pis de perro.  Resulta que todos aquí estamos padeciendo el capricho del animal que pretende que convivamos con su orina en medio de la sala porque nadie se entusiasma con el hecho de limpiar.  Todos parecen estar muy ocupados en sus asuntos (y me incluyo) de manera que las necesidades del animal las tiene que limpiar otro, no yo.   Y así, todos a salvo.

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