
Frenó en la esquina, ¡yo lo vi!, y después arrancó con fuerza el árbol plantado cerca del puente. No se puede manejar así en la ciudad, es insensato.
Ya era de noche, las luces del barrio encandilan a esa hora, más que alumbrar el paso a los transeuntes. Ese árbol lo detuvo, esa planta frenó su inconciencia, su locura. Pobrecito el árbol, pobrecito ese muchacho, y también ¡cómo quedó el auto! Me estremece pensar en todos ellos, e incluso el vecino que, como en un film de Hitchcock, vio una luz crecer, hacerse enorme, venir hacia él y no poder hacer nada. Sentir el estruendo, el drama, la agonía, el dolor.
Con mi camarita lo retraté segundos antes. Soy un capo.
García Be
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