El sol comenzó a hacerme notar la llegada del verano. Busqué una sombra, un reparo donde protegerme y esperar más a gusto. Esperé que llegara de un momento a otro, miré mi reloj, miré el árbol cargado de hojas moradas, miré el cielo resplandeciente, busqué una explicación.
Me gustaría que la mudanza sea de a dos, pero no lo es. El sol quema mi frente y también me achicharra saber que aquí el que se va soy yo y nadie más. Con todos mis útiles, mis monos -dirías vos-, mis valijas, mis esperanzas y mis frustraciones a cuestas. ¡Qué penoso es partir! Qué gris se ve este día soleado, lleno de angustia y desolación. La muerte será esto, despedirse un día de los tuyos, decir adiós sin remedio y sin destino.
Y el sol sigue ahí, uno sabe que se mueve pero resulta implacable su movimiento lento y parsimonioso. Desespera mi paciencia, me ataca una furia de verlo ahí asolándonos a todos..., dicen que nos da su energía pero yo no me lo creo. Sólo está ahí para decirnos dónde están las cosas a nuestro alrededor y nada más. Y por largos períodos deja de hacerlo sin explicación alguna. Y encima nos ciega si queremos apreciarlo. Me llena de angustia y temor en esta espera. Veo la foto en el diario, veo el aviso: "Se alquila camión para mudanza" y es ridículo ¿cómo me atreví a llamarlo? Tendría que haber agotado las instancias para evitar esta dolorosa situación.
Y apareció él. Abrió la puerta de la casa y con los brazos abiertos me rodeó con un abrazo interminable que decía -"negro, quedate tranquilo, todo se va a solucionar".
Desde entonces he vuelto a creer en la gente.

García Be
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