A la mujer le regaló una bicicleta gris y destartalada que hacía juego con un sobretodo del mismo color -decía-, y tenía un canasto negro como los zapatos.
Había que arreglarla, había que llevarla al taller de reparación antes que nada, era imposible usarla en ese estado. Ella dudó al principio pero lo recibió bien, como todo regalo, con entusiasmo y alegría. Se fueron a pasear por el parque, a sufrir los insectos del verano y a espantar curiosos que rumiaban alguna maldición al ver una pareja tan feliz y divertida como ellos.
La vuelta se hizo larga y terminaron en el pueblo vecino siendo testigos de un crimen callejero naturalmente inoportuno y horrendo.
Ella, con su humor, transforma los días tenebrosos, por trillado que suene esto, en días de sol maravillosos y ahora también, hasta los disparos endiablados.
García Be
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