Esperaba un milagro: que su padre consintiera ese viaje, ese cambio de vida a una ciudad más grande, más al centro de todo, rodeada de todos los encantos que a ella siempre le habían fascinado. Ciudades populosas llenas de ruido, gente y estruendos. Se preguntaba: "-¿Podré vivir yo ahí, si todos los días un embotellamiento demora el regreso a casa, una o dos horas?"
Pero su padre dijo no. Apenas le bastó una mirada para decirlo, no hizo falta el puñetazo en la mesa ni la bestialidad de sus palabras.
García Be