miércoles, 25 de agosto de 2010

Rufino lanzado (I)

Rufino corrió. Lo hizo tan rápido como le fue posible a esa hora de la mañana. Atrás dejó a su padre y sus hermanos, el campo, los caballos, la finca, el arado, la viña, la cosecha, el vino y todo lo demás. Se subió al colectivo agitado, sudoroso pero feliz. Los que iban a la ciudad lo conocían, pensaron que esta vez se había quedado dormido pero no, él estaba dispuesto a comenzar una nueva vida en la ciudad, lejos de los trabajos en la tierra, lejos de las angustias por la cosecha y de la mala paga.

Se veía a si mismo triunfando rápidamente en alguna actividad de las tantas que habían allá y que lo habían fascinado en su último viaje, a los catorce años, con sus primos y su padre.

Ahora tenía dieciocho, se sentía libre y fuerte, con todas las ganas y muchas ansias de hacer cosas que le rindieran frutos. Buscó una butaca vacía y se sentó sin mirar siquiera, pero había alguien a su lado. Sumido en sus pensamientos vio de reojo una pequeña caja a los pies del acompañante, con unos agujeros. Después supo que ahí llevaba una tortuga. Se acomodó lo mejor que pudo y se dispuso a dormir, nunca había dormido bien en los viajes, algún ruido, algún salto, por pequeño que fuera lo arrancaba de su sueño fácilmente y otra vez volver a empezar. No era facil, además el espacio para los pies naturalmente no es lo que sobra.

Por suerte, ahí traen algo para beber y él dice que sí, por favor, que le traigan un whisky con hielo, lo quiere probar y ver de qué se trata. Quiere sentirse un hombre por fin, un hombre libre y grande.

Mejoras en el Software de Gestión de Cuotas

  El software sigue funcionando. No está roto. No ha colapsado. Pero la deuda técnica está ahí, acumulándose como una pila de tareas pendien...