lunes, 22 de marzo de 2021


 En la puta cabeza nomás se esconde un milagro: el de estar vivo.  Lo supe el mismo día que enfrentamos la maraña de acontecimientos que me pusieron de pronto en el almacén de barrio que me vendería una porción de queso, que sería el condimento que faltaba a la pizza que después nos comimos juntos.  Todo bien hasta ahí, lo cierto es que motivados por la cercanía pusimos sobre la mesa nuestras verdades a secas, y lo más completas que nos animamos, los dos, fuimos por un momento y cara a cara, dos que se están conociendo.  Todo aquello, sin dudas, fue un bonito comienzo del verano.  Lo recuerdo así, porque no da pensar que en este caso también me mintiera.  Parecía sincera y veraz en su confesión, y yo también lo fui, quise dejarlo  todo y empezar de nuevo, por eso me resultaba voraz la mentira, cómo nos llevó a una situación de aniquilamiento parcial de nuestra relación al punto de no querer ya más su comida.  Esto era algo que no pasaba, jamás hubiera dicho ni por un momento que su comida apestaba, todo lo contrario, cuanta cosa había arriba de la mesa me parecía una delicia, un encantamiento para los sentidos, una verdadera comida gourmet.  Todo aquello, y lo repito, se parecía bastante al infierno, hay que decirlo, no quería reconocer que los milagros suceden pero verla entrar por la puerta aquella mañana, tradujo de pronto todas mis intenciones, todos mis engaños, y mejor diría mis auto-engaños, y los entendí finalmente todos.  Lo cierto es que bajó del cuarto y se puso a cocinar como si nada pasara.  Esperaba mi turno como de costumbre, ella me ignoraba olímpicamente.  Lo dicho, no había forma de que mirara directo a los ojos, esquivaba la mirada en todo momento y daba bronca debo decirlo, porque es imposible hablar sinceramente con alguien, sabés que está ocultando algo, es más que evidente.  De manera que me comí los mocos y empecé a hablar, cosa que le pareció decididamente injusta porque se la agarró conmigo, me dijo de todo aquella tarde, dejando de lado la preparación de lo que después iba a comer.  Nadie, nunca, me pidió que cuente esto, simplemente creo que es neceario decirlo por la salud de todos en aquella casa, la manera que me insultó es de antología, se enteraron hasta los vecinos de la casa de la esquina, los que venden ropa y habitualmente me saludaban hasta ese momento.  No lo hicieron más y francamente no me preocupó en lo más mínimo.  Todos ahí sabían, aunque evitaban hablar del tema, que las cosas estaban llegando a su fin, que no se recuperaría nunca la situación, que ambos estábamos destinados a tropezar no dos sino un millón de veces con la misma piedra, dañarnos el pie, y volver a intentar el salto.  Fuimos un par de idiotas que se enfrentan en una discusión estéril y sin sentido.  No nos tuvimos piedad en ningún momento y fue triste, al finalizar el día reconocer aquellos errores sin sentido, fue como visitar al oncólogo y que te diga lo peor y que tu vida vuelva a pender de un hilo como lo hacía habitualmente.  Pero nos fuimos de la relación fortalecidos.  Quiero pensar que es así, que no estoy en condiciones de repetir esa historia ya nunca más, que tal vez también a ella le ira mejor en la vida a partir de ahora, todos sabemos que con el correr de los años las cosas sólo pueden ir a mejor, pero estas vueltas de la vida me hacen dudar.


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