jueves, 24 de octubre de 2013

Contrariado

Siempre a la hora de la siesta, me esperan para tomar café todos juntos pero aquel día no fue así y me sentí, digamos, traicionado.   En este simple gesto de ruptura de lo cotidiano, uno puede empezar una batalla absurda por cuestiones de respeto, de consideración, de amabilidad negada que termina quién sabe dónde y cuándo.

Como aquella tarde después de haber discutido ásperamente por cualquier zoncera,  ella me lanzó un par de platos y unos vasos.  Yo agarré lo que tenía a mano, una bolsa con ovillos de lana y lo arrojé con bronca.  Eso por supuesto no tuvo impacto considerable y mientras tanto tenía que esquivar aquellos platos y vasos que, al estrellarse en la pared detrás mío, hacían además de ruido, un notable desastre de esquirlas y piezas rotas por doquier.

Los vecinos empezaron a golpear la pared en señal de “los estamos escuchando, por favor, dejen de hacer tanto lío, que es la hora de la siesta” y nosotros entusiasmados en nuestra disputa seguíamos a pesar de todo y los vecinos.  Ellos tenían sus días de trifulca, así que aquellos golpecitos más bien nos parecían un “estamos con ustedes” tal y como habíamos hecho en otras ocasiones nosotros que cuando veíamos que la situación al lado levantaba mucha temperatura, empezábamos a intervenir golpeando la pared con un bate de béisbol que nos trajeron de Cuba unos primos lejanos, que viajaron con el uno a uno.

Queríamos intervenir siempre.  Y ahora agradecíamos aquel sonido porque sabíamos que teníamos que parar con aquella discusión y sentarnos a conversar, un poco por los vecinos y otro poco por la integridad de nuestras cosas que cada vez nos quedaban menos platos y vasos y estaban caros para andar comprando porque sí nomás, o porque los perdíamos en medio de una discusión airada.  Así éramos nosotros,  vecinos de armas tomar.  Bueno lo de armas te lo debo, porque una bolsa con un ovillo de lana no rompe nada, ni siquiera moretón te deja en caso de acertar a pegarte en el brazo o en la nuca, ponele.

Ahora que escribo esto, el canto de los pájaros me recuerda tiernamente a mi mujer, y me hace más amigo de esta primavera que me ayuda a dejar de lado las hostilidades y se abre a una mañana diáfana y reluciente, de lo más encantadora.

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