viernes, 1 de noviembre de 2013

De viaje

Tambaleante, llegó a la estación con su valija medio armada buscando dónde preguntar los horarios de salida del tren que va a Buenos Aires.  Ahí le dijeron que no, que ya no había viajes hasta la capital, que tendría que buscar un colectivo.  Pero claro, estaba como borracho.   Insistió.  Volvió a insistir.  Tiene que haber uno, decía, por favor, necesito viajar en ese tren.  No señor, no hay manera que ese tren viaje: es un adorno, digamos, una reliquia que se conserva ahí pero no funciona y menos para viajar. 

Adivinen qué.  Fue y se subió.
-¡Vamos, a toda marcha! -gritaba enloquecido por la ventanita de la locomotora.  Y hacía ruidos extraños como de una máquina de vapor atronando con fuerza para levantar algo que dormía hacía años y no había manera.
Las empleadas de la estación que cumplían horas en el museo, los ojos bien abiertos, no lo podían creer.
-¿Qué hacemos, llamamos a la policía? -preguntó la mujer a su compañera.
-No hace falta, en un rato se le pasa, ¡espero! -contestó.
-¿Y si no?
-Llamemos.

-¡Señor, bájese! -gritó el policía.
-¡Tengo que viajar, mueva el auto por favor! -decía el hombre, apuntando con las manos.
-Me caigo y me levanto, ¿voy a tener que subir a bajar al loco este, será posible? -dijo el policía a su compañero. 

Al cabo de un rato y después de un débil forcejeo, entre los dos lograron reducir al muchacho que intentaba viajar en aquella máquina desprovista ya de todo movimiento.

El sol de la tarde anunciaba la partida de otro día que inexorablemente no volvería más.

A eso se refería él.



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