¡Cómo quisiera usar mi computadora en este momento! -dijo el muchacho agazapado entre los barrotes fríos de la prisión, mirando hacia el patio de la celda. Se sintió penosamente aturdido por el griterío confuso de otros internos. Alguien había recibido un puntazo en el abdomen, estaba seguro.
Era un guardiacárcel, que pasó corriendo frente a su celda, rengueando y dejando a su paso un reguero de sangre. Pensó en lo divertido que se estaba poniendo aquello. Era la segunda semana de condena cumplida y ya había movimientos inquietantes dentro del penal. Lo inquietante era que el guardia no llevaba la pistola reglamentaria. Probablemente se la habían quitado en la pelea, o posiblemente no ingresaba a ese sector con su arma por seguridad. Pero él sabía que todo podía pasar de un momento a otro. Le habían advertido que esa cárcel era de máxima seguridad, que los nenes que estaban ahí encerrados podían hacer cualquier cosa. Ya sea con los guardiacárceles o con los otros presos. Que tuviera cuidado.
Se fue acomodando en un rincón, esperando que pase la tormenta y se sintió de pronto aquel niño de barrio que se juntaba con su mejor amigo a fumar en el terreno baldío enfrente de su casa. A su amigo le había ido peor en la vida. Lo habían enterrado hacía poco, muerto de dos balazos en el torax, unos hijos de puta que seguramente estaban libres. Como su amigo, ahora (pensaba).
Él estaba ahí en ese oscuro rincón recordando el terreno baldío, que hoy tal vez se había convertido en un hermoso rascacielos con una vista maravillosa a las afueras de la ciudad, como esos paisajes que tanto vendían las agencias de viajes, transformados gracias a la potencia de los programas de edición de fotografías que podían si querías, convertir esta pocilga en un lugar de ensueño.
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