sábado, 20 de noviembre de 2010

Rufino lanzado (XIII)

Rufino se sentía solo y triste por primera vez desde que llegara a la ciudad. Era mediatarde del domingo y su semblante estaba pálido por esto de la primavera. Su tristeza era toda suya, había estado durmiendo ese día en su cuarto, solo, recordando su llegada a la ciudad buscando conocer y estudiar eso que llamaban computadoras e internet.

Al final, se había ido por las ramas, distraido por tantas cosas nuevas que encontraba a su paso y sobre todo sus amistades nuevas: doña Rosa de la pensión y su vecina del otro cuarto, la que había rechazado su revista de historietas por aburrida -decía- y fea. Rufino quería conversar con ella, y preguntarle tal vez si tenía computadora y le enseñaba los primeros pasos.

Caminó hasta la habitación y golpeó la puerta. Silencio.

-Pasá -escuchó que le decían muy bajito.

Rufino tímidamente se animó a entrar. Se preguntaba qué estaba haciendo si estaba loco o qué. Pero avanzó en una habitación semioscura, con un velador mínimo orientado a la pared para mitigar la luz que competía con la pantalla minúscula de una notebook. Vanesa lo miraba dulcemente desde su cama, sentada, respondiendo mensajes en su computadora.

-Sentate -le dijo, guiándolo con su mano. -Acá, vení, sentate dale, no seas tímido.

-Ahí voy -dijo él controlando sus deseos de lanzarse como animal sobre ella y comérsela de un solo bocado toda entera. Pero esta imagen nada tenía de sexual, era solo el deseo de comérsela literalmente cual si fuera un monstruo cavernícola, un ermitaño caníbal capaz de saciar el hambre insaciable de unas cuantas eras humanas. A cada paso que daba, las imágenes se volcaban en su mente nítidas y definitivas. Él era un terrible monstruo-loco capaz de pensar en comerse un ser humano, una chica, una minúscula hembrita toda tibia y llena de pelos en su cabeza. ¿A quién quería engañar? Eso también era él. ¿Sería posible semejante atrocidad?

-Mirá, estoy contestando unos meils y ya estoy con vos. Termino en un minuto. -dijo Vanesa volviendo su vista de lentes a la pantalla y sus manos al teclado.

Rufino quiso ver cómo se hacía y para eso se sentó atrevido muy cerca de ella, oliendo cada cosa, cada retazo de perfume que emanaba de su cuerpo estremecía a Rufino, lo hacía temblar. Se mantenía con la vista fija en la computadora adivinando cómo se hacía, tratando de leer mientras su nueva amiga escribía.

-Parece fácil -dijo él.

-Si, tal cual, es una pavada. -contestó Vanesa.

-¿Yo podría enviarte meils? -preguntó Rufino.

-Pero por supuesto pavote, si es re facil, tenés que abrirte uno.

-Ah, abrirme uno... ¿me enseñás después?

-Por supuesto. ¿Pero me estás jodiendo? !Es increíble Rufino que no tengas meil!

-Y bueno, qué querés, si supieras de dónde vengo yo entenderías. -explicó él sosteniendo su pera con la mano, y el codo apoyado en su rodilla.  -Si vos supieras entenderías.



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