Era una revista de historietas que Rufino había comprado ahora que vivía en la ciudad; historietas duras, con gráficos inquietantes y de muy buena calidad. Se había sorprendido, jamás antes había visto algo así. Quería ofrecerle la revista a ver si le ayudaba a conseguir el sueño.
-Leete esto -le dijo.
-Ay gracias Rufino, no te hubieras molestado -le contestó y tomó la revista con interés.
-Fijate la de indios, está rebuena -dijo él.
-Gracias otra vez, besito. -dijo dulcemente y se fue a su habitación dejando ese perfume que enloquecía a Rufino, que la miraba de atrás suplicando que lo invitara a seguirla.
Se quedó ahí un rato. Impávido, sordo, enmudecido por aquellas manos cuando tomaron lo que él ofrecía. Dulces, suaves, pintadas las uñas, bonitas. Manos de mujer. Allá en el campo las manos de mujer son duras, ásperas, al menos las que él conocía. Manos suaves es más difícil encontrar. Pocas mujeres usan guantes y las que lo hacen van al campo de a ratos no viven allí. Son de la ciudad. Más asustadas que otra cosa cuando les hablás de trabajar la tierra, y de todas las tareas del campo donde él vivía.
Las manos de ella en cambio eran sutiles y nuevas. Tenía la piel gastada por el aire. Nada. Eran bellas y ahora tenían un trabajo: hojear la revista de historietas de Rufino.
"¡Te vas a ensuciar las manos con tinta, tené cuidado!" quería decirle pero ella había cerrado la puerta hacía rato. Se acercó, quería escuchar algo, lo que fuera, pero la luz estaba apagada y solo había silencio. Raro, pensó, se habrá quedado dormida. Y bueno, la leerá mañana.
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