Cantaba mientras abría la ducha, y empezaba a desvestirse. El agua caliente era algo que había empezado a disfrutar por la facilidad con que disponía de ella. En su casa del campo había que luchar para bañarse en invierno con agua fría, o apenas tibia con algunas brasas bajo el lavador y después tirarla lentamente sobre la cabeza y comprobar que no era suficiente, que seguía muy fría, y que mientras más se demoraba más frío pasaba. Ahora en cambio, a bañarse lento, a disfrutar y a cantar. Esa era su tarea.
Llevaba encima un reloj. Miró la hora y se sumergió en la bañera llena de agua, con una sola meditación dándole vueltas en la cabeza. ¿Cómo hacían para calentar el agua así, y que durara tanto tiempo? Se miraba en el agua. Sus manos empezaban a ablandarse y el perfume de jabones llenaba todo el recinto, también eso era extraño para él. Su mirada recorría las paredes del lugar, y cerraba los ojos agradecido por tantos bienes inesperados, tanta alegría que reventaba en sus poros, por todo el cuerpo. ¡Cuando le contara a su madre y a sus amigos del campo! Bueno, más bien a sus amigos, porque lo que era a su madre mejor ni acordarse. Mejor ni pensar, porque le venía una sensación de ruptura, de agonía, de depresión. Ella era la única culpable a fin de cuentas que él estuviera hoy aquí, y a fin de cuentas estaba contento. De no haber sido por ella y sus amonestaciones absurdas, sus retos estúpidos, y su instinto dominador, quizás él estaría todavía sufriendo las inclemencias de aquella casa, y lo que es peor, a su padre.
Alguien golpea la puerta. Rufino se seca la cara y entreabre la puerta ocultando apenas su desnudez con las manos.
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