Sus flores eran su pasatiempo favorito, las regaba constantemente mientras fumaba unos largos cigarrillos rubios que le traían importados. Lo veía con frecuencia a Rufino y no entendía qué hacía un muchacho del campo en esta ciudad; él venía del campo, lo sabían todos. Y muchas veces se preguntaban por qué se le habría ocurrido venir a la ciudad, en busca de qué estaba él aquí. Si no sabía moverse independiente, todo le costaba el doble que sus compañeros de pensión a quienes molestaba con preguntas y toda clase de demoras. Ella lo ayudaba en cuanto podía, a cambio le pedía favores sencillos como pagar una que otra factura de servicio o quehaceres domésticos que no costaba mucho trabajo aprender y hacerlos bien hechos.
Esa mañana era su cumpleaños y su humor estaba particularmente tremebundo. Empezó abriendo ventanas como todos los días, y se encontró una noticia escalofriante en la portada del diario que acababan de traer a la pensión: MUERTE EN EL BARRIO DE DOÑA ROSA, decía el titular y seguramente sería en su barrio porque así lo conocían todos, todavía. ¡Pero por qué la mencionan a ella, no ven que ensucian la reputación de la pensión y espantan los clientes malditos brujos de porquería! -Insultaba por la ventana.
Rufino se despertó con los gritos de la mujer, y se levantó corriendo a preguntar por la ventana qué estaba pasando. Corrió a vestirse porque quería bajar ya a desayunar con cualquier excusa y enterarse de todo. En la pensión las verdades corrían después de las doce, no esperaría tanto y quería saber de la mismísima boca de doña Rosa, puteando y todo como estaba, qué carajo estaba sucediendo en el barrio.
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