Llegaron después de mi, pero lograron entrar primero a la cita. Guardé silencio todo el tiempo hasta que llegó mi turno, lógicamente, no era mi intención perturbar la reunión.
Hablaron por más de dos horas, agitadamente, sobre políticos y candidaturas, bajo una lámina de Monet que languidecía sobre la pared color pastel. Mi número era el siete. Todo un número. Sin embargo, pensé, debería haberme tocado "último" que era el más adecuado.
Hicieron silencio. Agradecí mentalmente, su voz chillona era insoportable. Un tumulto de gente hacía menos ruido. La impresora matriz de puntos en la sala contigua comenzó su trabajo, ruidoso y circular, que me transportaba a otros tiempos de ilusiones y rechazos, de franquezas y rupturas.
Escuchaba en silencio, inmutable y sereno frente al cuadro de Monet.
García Be
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