miércoles, 21 de abril de 2010

Un milagro

Reconozco que mentí alevosamente, y considero que tomé ese camino por una razón inequívoca: salvar el pellejo.  Mis compañeros de tareas lo entenderán -pensé-, no lo tomarán como un abandono o una traición pero en el medio del campo, en la trinchera, las decisiones cuestan la vida de seres humanos compañeros, camaradas con quienes hay una relación de afecto de tanto tiempo transitado juntos.

A él lo vi mirando carteles pegados en la pared donde decía que a los dos nos buscan por traición a la patria y no: deberían buscarlo a él solamente pero la plana mayor de la Fuerza es difícil de engañar y hoy pienso:  gracias a Dios.  Me volví sobre mis pasos buscando una salida digna a la situación y en eso estaba cuando apareció un segundo y un tercero de los que habían quedado atrapados por el fuego.

Mi vergüenza fue mayor.  Cada vez me sentía más en falta por lo ocurrido pero solo pensaba en mis hijos, quería volver a verlos, eso me daba cierta tranquilidad de conciencia.  Me aferré a la imagen de la virgen y seguí caminando por el desierto, tan seguro estaba que me cruzaría con un convoy de soldados extranjeros con quienes rendirme de inmediato.  La batalla había terminado, me encontraba desarmado y sólo.  Seguí caminando buscando el horizonte o el norte, que es donde estaba el enemigo.  Mis compañeros hoy, serían una alternativa seguramente peor.

Silencio.

Escucho una tropa que se acerca por derecha y una ráfaga de metralla que busca el blanco móvil que se desplaza por la ruta.  Ese soy yo.


García Be.

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