lunes, 3 de marzo de 2014

Relato (segunda parte)

Eugenia ya es toda una profesional de la arcilla. Trabaja desde muy temprano hasta eso de las diez y se va al centro, a visitar amigas, o al gimnasio que queda cerquita del parque. Los trabajos los está empezando a vender en las casas de artesanías o regionales que ahora con el auge del turismo hay por todos lados. Los que más le compran son los que están en Valle Grande, que hay muchos y trabajan bien. No alcanza a recorrerlos todos, cuando faltan unos kilómetros para llegar al murallón, se queda sin productos. Lo suyo es puramente artístico, no quiere producir en serie ni industrializar por ahora, una producción lenta y cuidada es lo que prefiere. Los comerciantes siempre le están pidiendo más: «Traenos más Euge, que tengo las cabañas llenas de gente y los tuyos siempre gustan» le dicen, y ella encantada de escuchar eso, promete que sí que va a venir antes de fin de semana con unos nuevos que está haciendo, hay uno que es una mano, dice, que lo estoy terminando y va a quedar fantástico, les asegura. Sabe que trabajar esa mano le está trayendo problemas, pero empezó a modelar un objeto en forma de tubo y cuando quiso ver, ahí había algo con forma de un brazo y fácilmente pensó en la mano. Así que para qué negarlo, era la oportunidad de pensar y procesar ese tema que la tenía nerviosa. ¿Por qué no?, se dijo, y se puso a dibujar en el papel para ver cómo terminarlo, hacer un boceto previo que era la mejor manera de lograr el objetivo. Ya está. Eso voy a hacer. Y siguió trabajando. La mano era una mano cualquiera, de hombre, con los dedos estilizados y firmes, en actitud de garra pero también era una mano suave. Así la había concebido ella a partir de las sensaciones que le producía recordar aquel incidente en el baño de casa. Qué susto había pasado, cuánto terror. Era la primera vez que le sucedía algo así y no quería que volviera a pasar, lejos estaba de ser algo agradable.

Tiró sin querer la botella de la mesa del bar, que arrastró un vaso con agua y le mojó la pierna a Raúl mientras le contaba aquel episodio. Él se levantó de pronto buscando algo para secarse.
-Ya está -le dijo- no importa se va a secar, no te hagás problema.
-Pucha qué tonta -dijo ella.
-No, dejá, no es nada -le contestó-. ¡Mozo! Un repasador por favor, quiero secar acá.
-Sí, ya voy -dijo el muchacho.
-Y pedile la cuenta cuando venga así nos vamos -dijo ella.
-Dale.

Otra vez la mano, una mano cualquiera, la suya que le hace pensar en un objeto animado con vida propia que hace algo que precisamente no le agrada. No había sido grave, claro que no, pero había algo ahí que la inquietaba y la distraía con quien sea que estuviera. Así no se podía vivir tranquila ni nada. Volvería al taller a seguir trabajando. Por ahora no voy a contarle mucho más a Raúl -piensa-, hasta que tenga algo más concreto... ¡a ver si me toma por estúpida o loca! Mejor me callo.


Le venían a comunicar que su novia Eugenia se había desmayado en casa, delante de sus padres y que habían llamado al médico y en estos momentos la estaba atendiendo. Pensó qué hacer y no demoró un instante, le dijo a su dirigente que se iba porque tenía una urgencia familiar.
-Pero mirá que quieren hablar con vos -le dijo Julio, el que lo tenía a cargo en el club.
-No, si ya se, pero mi novia... tuvo un desmayo.
Raúl salió del club, y paró un taxi. Le pidió que lo lleve volando a la casa de su novia Eugenia, queda en la calle tal y tal, por favor urgente.

Al llegar se encuentra con Eugenia, en cama y los padres alrededor. La madre con un te en la mano que acaba de llevarle y le pregunta, ¿estás bien? Sí, si, dice él.
-Euge, qué te paso!?
-Hola amor... nada estoy bien... tuve una lipotimia no es nada.
-Te pasaste de rosca con el trabajo -le dice.
-Y algo de eso -le permite ella, pero quiere negarlo, ella trabaja bien.
Se sienta a su lado en la cama, los mira antes a los padres como pidiendo permiso y le da un beso. Él mira alrededor, está reconociendo ese lugar al que no había entrado nunca. Ve los cuadros pintados por ella, antes que se decidiera por la escultura. Son coloridos, hermosos -piensa- y todos con su firma. También hay algunos objetos sobre la cómoda y la mesa de luz de la madre. Él reconoce el trabajo de su novia. En la mayoría hay dedos. O manos, o brazos. Es su obsesión. Su gran figura a estudiar. En todo están las manos. Todas manos derechas, se da cuenta de observar el dedo pulgar siempre a la derecha de la palma abierta. El dedo anular, un poco más débil es el que más le cuesta. Se sorprende a sí mismo dentro de todas estas observaciones, si él no es un experto, pero está atento a esos detalles, ¿acaso le gusta el arte, tiene alguna idea? Claro que no. Pero se trata de lo que hace su novia, cómo no prestarle atención. Además son objetos bonitos. Hay que decirlo, ninguno repele o espanta. Todos ellos son atractivos y van bien en cualquier lugar que los pongas. Eso seguro.
Acaricia su frente, nota algo de calor pero no lo suficiente como para preocuparse de alguna fiebre.
-¿Y no habría que llevarla a hacer estudios? -pregunta, mirando a la madre.
-Estábamos pensando -dice-, pero le dijimos y no quiere. Veremos cómo sigue, si no, al hospital.
-Estoy bien mamá, quedate tranquila, ya se me va a pasar. Es que me asusté un poco nada más.
-¿Cómo que te asustaste, qué pasó en realidad?
-Nada, te digo... nada. Es que vi algo en el espejo y me asusté pero no es nada.
-¡Y claro, te viste! -dijo él intentando ser gracioso, y ella esbozó una sonrisa pero no estaba segura que le hubiera gustado la broma.
-Callate tonto...
-No mi vida... si ya se, sos hermosa. ¿Qué viste, contame?
-Estoy trabajando en la mano, esa... y me pareció verla detrás mío en el espejo del baño. Se me bajó la presión casi me desmayo. Estoy muy obsesionada con el trabajo pensé, por eso la ví. Me está haciendo ver visiones tanto trabajo. Voy a dejar por unos días.
-Pero claro, bueno... Descansá.
-Sí. Eso voy a hacer.

Raúl salió de la habitación y fue al baño a ver qué había. Se encontró un cuarto normal, limpio, que no tenía nada de aterrador. Simplemente un espejo. El espejo donde se había estado peinando Eugenia, y no había ninguna mano, como era de esperar. Ella asegura haberla visto -piensa- pero dónde, por qué. Pidió permiso y entró en su habitación. Echó un vistazo rápido y vio sobre un escritorio la mano en la que estaba trabajando. Ella no lo hacía ahí, trabajaba en un cuartito del fondo de la casa, lleno de estanterías con materiales, pinturas, herramientas y otras cosas que no eran de artesanías, algunas del padre. Pidió ir hasta allá, miró alrededor buscando algo que llamara su atención pero solo vio el taller de una artista. Nada más. Nada que pudiera despertarle alguna sospecha. Pensaba que estaba todo bien, que no había sangre -por ejemplo-, ni siquiera algo rojo. No sabía por qué había pensado eso, qué podría tener que ver la sangre o el color rojo, qué, acaso era detective él? No. No lo era. Pero esto ya se estaba convirtiendo en un caso.

Raúl tomó el teléfono y llamó a su amigo Javier López, de la policía científica. Javier era experimentado en casos extraños, y le había contado varias veces de llamados que se lo habían derivado a él y que tenían que ver con exorcismos y esas cosas. Le contó lo básico de esta historia que había relatado Eugenia. El otro parecía más interesado por el fútbol, no dejaba de preguntarle si ya había firmado para algún club importante, de capital, y si estaba pensando participar en algún torneo regional y esas cosas.
-Pará, Javier, esto es serio.
-Si, si... ya se. Mirá, antes de que intervengamos nosotros tienen que pasar varias cosas, en principio, ¿por qué no hablás con un psiquiatra?
-Es que me está afectando a mí, también. Quiero decir, no lo veo como algo aislado, que le esté pasando sólo a ella. Yo también estoy un tanto sugestionado, tal vez, veo cosas, aprecio cosas que antes... qué se yo -dijo y puso freno a la charla, sintiendo que estaba tocando algunas palabras que no debía.
-Bueno, mirá. Tenés mi número, llamame cuando lo necesites, y charlamos. Pero desde ya te aclaro para que intervengamos nosotros tiene que haber un crimen. Y por lo que me contás, todavía estamos lejos -le dijo y a Raúl le sonó extraña la palabra todavía.
Hubiese preferido que usara cualquier otra, menos esa.
-Dale, gracias hermano. Estamos en contacto. Te mando un abrazo, y cualquier cosa te llamo. Pero no esperes que lo haga desde adentro de la cancha, es imposible.
-¡Qué pelotudo! -dijo y se echó a reir dando por entendido el chiste-. Chau, cuidate.
Raúl colgó, y volvió donde estaba Eugenia, que seguía pálida. Ella lo miró angustiada buscando alguna respuesta, alguna expresión de alivio a lo que venía sintiendo en torno a las manos que estaba creando en su taller. No creía que el desmayo tuviera que ver con algo de la comida, su madre preparaba platos ricos, en cuanto a sabor y nutrición, estaba tranquila. Sin embargo, sabía que la gran cantidad de malestares que sentía la gente eran producto de un desorden en la comida. Eso lo tenía claro. Y por eso era vegana, cosa que su madre respetaba y normalmente preparaba cosas que reemplazaran el faltante de proteínas y ella lo comía con gusto, aunque el sabor no estuviera del todo de acuerdo con lo que prometían los platos a la vista. Su paladar se había acostumbrado a ciertos sabores especiales, peculiares que su madre lograba haciendo una mixtura entre la comida tradicional y su fanatismo por no comer carne. De ninguna clase.
Eugenia lo agradecía. Cuando ella empezó a hablar del veganismo, aquella abnegada mujer se hundió en internet y en libros de cocina macrobiótica, buscando las claves que le permitieran a su hija seguir adelante con aquella elección. Como buena madre quería agradar y consentir a su hija, desde niña lo hacía. También era severa a veces como aquella vez que se Eugenia se dejó la maleta en el colegio por distraída, y que estaba segura no lo olvidaría nunca.


Confusión, indecisión, duda. Ya estamos -pensó-, empezó la mañana. El resabio de la cena en su boca le recordaba lo duro que había sido cocinar para Eugenia, que estaba en cama con reposo indicado por su médico, y él había insistido en cocinar.

Recuerda que abrió la heladera, sólo había un zapallo calabaza, lo partió al medio lo condimentó con lo que encontró que no era otra cosa que varios dientes de ajo, un poco de manteca, y al horno. En cuarenta minutos comemos, le había dicho y así fue. A ella no le gustó. Le faltaba algo, tal vez queso o más sazón. Igual, agradecida por el gesto, comió. Pero él notaba algo en la mirada, en la manera que hundía el tenedor en la carne tierna del zapallo, y cómo apartaba los trocitos de ajo que le habían quedado grandes para su gusto pero quería, de alguna manera, retribuir el gesto de su novio que había llegado esa mañana con todas las ganas de cocinarle algo, lo que fuera.
El vino estaba prohibido al menos mientras dure el tratamiento del reposo, y aquellas pastillas. Él se sirvió medio vaso. Quería disfrutarlo en las comidas. Por su entrenamiento estaba completamente prohibido, y él mismo lo evitaba pero algo en su interior le reclamaba aquel vaso. Era medio vaso, no es nada. La cantidad de alcohol que hay ahí, no asusta a nadie, no complica a nadie, decía para convencerse. Y quizás tenía razón, no había de qué preocuparse por medio vasito de vino tinto además, que tiene los taninos justos para prevenir problemas cardiovasculares y una dosis más que interesante de antioxidantes, cosa que definitivamente no tiene el agua. Mucho menos los jugos azucarados que le compraba la madre, que esos sí eran un desastre, a base de quién sabe qué químicos apestosos. No porque olieran mal, sino apestosos en un sentido más amplio, apestosos porque estaban hechos con ingredientes que tenían varias intenciones ocultas para el común de la gente, los únicos que sabían qué corno le agregaban eran los industriales de aquellas super mega compañías de productos básicos de la canasta familiar que tenían seguramente algunos intereses digamos, ¿oscuros? Él se estaba contagiando del pensamiento de su novia. Y no hablaban de aquello, pero de alguna manera él se iba enterando de lo que pensaban todos los veganos, los vegetarianos, los lacto-ovo-vegetarianos y aquel largo etcétera, y tal vez por el amor simple que le tenía a su chica, iba incorporando aquella manera de sentir y pensar acerca de los alimentos. Ahora cualquier programa de televisión que hablara del tema, captaba su atención. Antes habría cambiado de canal, buscando fútbol. Ahora no.

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