viernes, 30 de abril de 2021

Alto vuelo

 Escribir en esta burda computadora, puede ser la salvación, así lo creía yo y después de muchos años he llegado a la conclusión que no es otra cosa que una fantasía ridícula que no tiene razón alguna, que además como ya sabemos, me conducirá a la nada misma.  Como si fuera el único lugar al que puedo ir, me dejo llevar dócil y bueno, tranquilo y manso.  Total, a quién le importa, de qué manera puedo revertir eso, si ya está decidido con antelación por alguien a quien supuestamente le debo cosas, porque de eso se trata el destino de alguna manera, también.  Esa entidad oscura y siniestra a quien le damos demasiada importancia tal vez, pero que está ahí para recordarnos que somos hojarasca y que nos lleva a donde quiere, queramos o no.  Y nos vamos acostumbrando, lenta e inexorablemente, a ser eso que el tipo tiene previsto para nosotros, como quien no quiere la cosa, y nos vamos acostumbrando -decía-, a que las cosas se salgan de pronto de su cauce y vayan para cualquier lado sin importar siquiera nuestra oposición a lo que sea, simplemente nuestra voluntad será negada, será contradicha, todo sea por respetar el oscuro conjuro material de la eternidad.  Y llega un punto en que estás tan cansado que dejás que suceda sin importarte demasiado las consecuencias, si total tarde o temprano llegará eso que tanto temés, y será quizás un alivio, una tranquilidad saber que ya te entregaste que es el final o que simplemente el sufrimiento va a parar.  Suena bastante triste y amargo esto que escribo, y es lo que resulta de haber releído algunos textos de la adolescencia, de cuando vivía en San Rafael y las cosas se estaban precipitando en mi familia de tal manera que había que dejar la ciudad y moverse hacia otra y de repente lo hicimos y tuvo que ser así, para que se aquitaran las agitadas aguas de los acreedores.  Algo que nos fumamos de repente, algo que no estaba previsto, algo evitable que no se pudo hacer, quién sabe por qué, por falta de valor, de coraje de parte de alguien en casa, que no advirtió que lo que se imponía en aquel momento era tomar el empuje la fuerza necesaria y plantarse.  Luchar, pelear por lo de uno, si es que tal cosa existe.  Y aquí estamos siguiendo aquellos designios, aquellos modos de hacer las cosas, de looser, de perdedor nato, de hombre que huye de lo momentos difíciles, de comprometerse a fondo de hacer las cosas por el bien de los suyos, de querer a los suyos por encima de todo, de su propia vida, y que sirva para algo, que en el futuro no lo dejen ahí tirado, que en los últimos días de la vida estén ahí para contener y para abrazar.  Eso no sucederá.  Es el momento de dejar atrás estos textos y mirar  para adelante y ver cómo se llevan todo, como arrasan con lo poco que uno hizo, con aquello que era su orgullo, con aquello que  no podremos dejar a alguien, sino a los tristes hombres y mujeres que cumplen una tarea y lo intentan hacer de una manera digna.   

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