viernes, 8 de noviembre de 2019

Ha sido una semana atípica con la aparición de un amigo que no esperaba ni remotamente porque vive lejos, tan pero tan lejos que su viaje cuesta unos cuántos dólares y hoy no estamos en condiciones ninguno de nosotros de andar gastanto tanto dinero, pero él tenía otras situaciones que resolver, no sólo la de mi cumpleaños (jaja) y decidió venirse gracias a dios, y lo tuve mejor dicho lo tuvimos entre nosotros unas cuantas horas.  Y fue así, que me enteré lo que cuestan las cosas allá donde vive que no es nada barato y uno se pregunta si las únicas condiciones desfavorables para vivir se dan acá en nuestro país, pero parece que es un mal de muchos hoy en día.  Habrá que aceptar los hechos como dice SK en su libro después de indagar acerca de la muerte de su mascota en un viejo cementerio de aborígenes norteamericanos.  El viaje de regreso a casa tuvo un condimento particular: dos señoras sentadas en el asiento trasero del colectivo, que a los gritos hablaban con sus parejas presas en el penal de Mza, y todo el colectivo como decía se enteró de las desgracias a las que están sometidas no por el hecho de ser mujeres sino porque sus parejas las tienen controladas con lo que hacen, así desde dentro del penal y por teléfono.  Al menos, eso fue lo que yo entendí.  Un sitio como ese, el viaje, no es un lugar donde uno entiende claramente lo que se habla sino que lo hace a trazos, por sectores de conversaciones por así decir, y se va quedando con parte de lo que conversan.  Así y todo fue un viaje placentero porque dormí buena parte del mismo sobre todo cuando me quedé sin señal en el teléfono y pude guardarlo por fin y dejar de escribir en el grupo familiar o mirar sin sentido las novedades de las redes sociales.

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