viernes, 21 de marzo de 2025

Mejoras en el Software de Gestión de Cuotas

 El software sigue funcionando. No está roto. No ha colapsado. Pero la deuda técnica está ahí, acumulándose como una pila de tareas pendientes que nunca encuentran su momento. Ha llegado la hora de hacer algo al respecto.

El objetivo para lo que queda del año es claro: mejorar lo que ya está, saldar deudas técnicas y dejar el código en un estado más sólido y mantenible. No se trata de una revolución, sino de pequeños ajustes, optimizaciones y rediseños que hagan la diferencia.

¿Qué cambios se vienen?

👉 Refactorización del código: Hay fragmentos que funcionan, sí, pero con un nivel de rudeza que duele ver. La idea es hacerlos más eficientes, más organizados y más fáciles de mantener.

👉Optimización de la gestión de cuotas: Mejorar la estructura de los datos y los reportes para hacer el seguimiento de pagos más claro y ágil.

👉Automatización de tareas repetitivas: Reducir el trabajo manual con VBA y macros, permitiendo que el sistema haga más con menos intervención.

👉Interfaz más intuitiva: Sin necesidad de una revolución estética, pequeños ajustes pueden hacer que el uso del software sea más fluido y amigable.

El dilema de siempre

Este es un proyecto sin un retorno económico directo. No hay una retribución esperándome al final del camino. Hacerlo es una cuestión de convicción, de satisfacción personal, de la certeza de que algo que fue útil puede ser mejor y más duradero.

Y aunque el código pueda mejorar y el sistema pueda optimizarse, hay un límite: no puedo hacerlo público. No es un software para compartir abiertamente, sino una herramienta con información sensible que debe mantenerse en su contexto.

Conclusión

Se vienen meses de trabajo silencioso. No será un desarrollo frenético ni un rediseño total, pero cada mejora sumará a la estabilidad del sistema. Quizás, en el futuro, este software pueda trascender más allá de su uso actual y convertirse en algo más grande. Pero por ahora, lo que toca es seguir adelante, mejorar lo que se pueda y disfrutar del proceso. 👍



miércoles, 19 de marzo de 2025

Todo software tiene una historia, pero no todas las historias de software comienzan con un plan claro. Algunas surgen en medio de la incertidumbre, sin un objetivo del todo definido, avanzando a tientas, buscando su rumbo. Así nació este proyecto: sin un destino claro, pero con la certeza de que debía existir.

Al principio, la pregunta era siempre la misma: ¿hacia dónde debería ir esto? No había respuestas definitivas, solo un proceso de prueba y error, de ideas que parecían buenas hasta que dejaban de serlo, de soluciones improvisadas que con el tiempo demostraban su valor. Y en ese andar incierto, sin saberlo, se estaba aplicando una de las ideas más poderosas del desarrollo de software moderno: el agilismo.

Años después, cuando Alistair Cockburn presentó en Mendoza su visión sobre el agilismo, quedó claro que este método no es solo una estrategia consciente, sino también una forma natural de crear. Construir sin tener todos los datos de antemano. Permitir que la propia necesidad del proyecto vaya tirando de la cuerda, en lugar de esperar a que todo esté perfectamente planeado antes de empezar.

Muchos proyectos nacen bajo un aura de contradicciones y dudas. Pero el secreto no está en resolver todas esas dudas antes de dar el primer paso, sino en avanzar a pesar de ellas. No dudes. Ve hacia adelante.

Quien construye algo con verdadera determinación lo hace a cualquier costo. Desafía obstáculos, aprende en el camino y encuentra maneras de seguir adelante cuando todo parece indicar lo contrario. No espera el momento perfecto, porque sabe que nunca llegará. Y en esa constancia, tarde o temprano, hay una recompensa. No siempre es el reconocimiento externo, ni siquiera el éxito comercial. A veces, la mayor satisfacción es poder mirarse al espejo y ver a alguien que defendió, cuidó y valoró una idea a lo largo del tiempo. Un año, dos… o toda una vida.

 

martes, 18 de marzo de 2025

Introducción

 Todo software tiene una historia. Nace con una idea, crece con el esfuerzo de quienes lo construyen y, con el tiempo, se transforma en algo más grande de lo que sus creadores imaginaron en un principio. Este es el relato de una aplicación que comenzó como un simple experimento y terminó convirtiéndose en una herramienta utilizada en diversas instituciones. Su código evolucionó, se adaptó a nuevas necesidades y sobrevivió a los cambios tecnológicos y organizativos que tantas veces dejan atrás a proyectos similares.

Este libro no es un manual técnico, ni una guía para programadores. Es la historia de un sistema que nació, creció y aún sigue funcionando, sorteando obstáculos y aprovechando cada oportunidad de mejora. No se trata solo de líneas de código, sino de decisiones, aprendizajes y dilemas que todo software atraviesa en su camino.

A lo largo de sus capítulos, se explorará cómo se gestó la idea original, los desafíos técnicos y humanos que surgieron en su desarrollo, los momentos de crisis en los que casi fue abandonado y las decisiones clave que permitieron su continuidad. También se abordará el contexto en el que se implementó, los cambios que experimentó con el tiempo y la visión de futuro que hoy se proyecta sobre él.

Este libro es para quienes disfrutan las historias de creación y evolución tecnológica. Para los curiosos que alguna vez se preguntaron cómo un conjunto de archivos en una computadora puede convertirse en una herramienta esencial en la vida de muchas personas. Para quienes saben que el software no es solo código, sino también historia.


viernes, 17 de enero de 2025

Reflexiones Sobre un Proyecto Literario

Hoy quiero compartir con ustedes una idea que viene rondando mi cabeza desde hace un tiempo: la posibilidad de escribir un libro sobre la experiencia de desarrollar una aplicación que lleva años funcionando, evolucionando, y adaptándose a nuevas necesidades. Este software, que comenzó como una herramienta sencilla para gestionar las cuotas en un instituto, ha crecido conmigo, tanto a nivel técnico como personal.

No planeo entrar en muchos detalles por ahora, pero sí me entusiasma explorar este proyecto desde una perspectiva reflexiva. ¿Qué significó empezar sin grandes planes? ¿Cómo las pequeñas soluciones se convirtieron en algo más grande? ¿Qué enseñanzas me dejó este viaje como programador, como colaborador, y como alguien que trata de construir algo útil y duradero?

Pero más allá de la idea técnica, creo que este libro también sería una forma de enfrentar una época personal complicada. El estrés, las molestias cervicales, y las consecuencias de algunos hábitos negativos, me han hecho reflexionar sobre cómo encontrar formas más saludables de canalizar la energía y el pensamiento. A veces, escribir puede ser una válvula de escape poderosa, y siento que compartir este proyecto podría ser una manera de sanar mientras me conecto con otros que quizás estén en un camino similar.

Quiero que este libro, si llega a ver la luz, sea algo más que un manual técnico. Quiero que sea una conversación sobre creatividad, errores, aprendizajes y la relación que tenemos con nuestro trabajo, especialmente en un campo como el desarrollo de software, que avanza a una velocidad vertiginosa.

Me gustaría escuchar sus opiniones: ¿les parece interesante un libro de este tipo? ¿Qué aspectos les gustaría leer en una obra que hable sobre la construcción de software desde cero y sobre el impacto que tiene en nuestras vidas?

Espero que esta idea sea el inicio de un diálogo y, quizás, el comienzo de un proyecto que no solo cuente una historia, sino que inspire a otros a compartir las suyas.

Gracias por tomarse el tiempo de leer esto, y por cualquier comentario o sugerencia que quieran dejar. Estoy atento y con muchas ganas de escuchar sus devoluciones. 😊

viernes, 17 de noviembre de 2023

Relatar, nada.

 Se dijo en la oficina que hacía calor y que había que prender el aire acondicionado, de todos modos estamos preparados para lo peor.  Hoy, tendremos viento zonda de manera que lo que se viene es aleccionador, para algunos.  Tendremos  que mirar hacia adelante otra no queda.  Después, mirar hacia el pasado y sentir que lo que hicimos tuvo algún sentido quizás oculto, quizás extraño. 

Llegó enojado, con el ceño fruncido y lo peor es que ni sabe que está enojado.  Lo oculta para sí y para los demás, evita tomar contacto con esas emociones no quiere reconocerlo, oculta su rostro para que los demás no se enojen.  ¡Pero que se enojen! Que no se disgusten.  ¡Pero que se disgusten! Toda su vida pretendió ser alguien que no era dejando de lado sus verdaderas intenciones, sus gustos, lo que pensaba.  Y así, en una actitud temeraria, volcaba sus frustraciones en cada relación, en cada vínculo que se acercaba.  Estaban ya convencidos que de pegarle hasta matarlo, él lo agradecería.  ¿Y por qué actuaba así?  Era incapaz de hacer lo que le sugerían.  Eso de sentarse con alguien a conversar pidiendo nuevas condiciones laborales no estaba siquiera en sus más remotos planes.  Hoy, alguien se lo sugería y ya salía corriendo a pensar que era la solución.  Todo lo que le decían que hiciera, él estaba dispuesto a coronar la semana haciendo caso.  Y si no, al menos a angustiarse por la idea. 

Le dijo lo que pensaba, ni más ni menos.  Se quedó mudo.  No habló una sóla palabra más en toda la mañana.  Tiró al piso su celular, en señal de disconformidad evidente, mientras se puso a verificar que su computadora nueva funcionara bien.  Quienes estaban a su alrededor no entendían la maniobra, lo miraban de reojo de vez en cuando buscando una respuesta o un gesto de desquicio, algo.  Se lo notaba nervioso tal vez apurado.  Se venía el evento del año, ese en el que todos se encuentran para celebrar los logros anuales y no estaba entusiasmado con la idea de participar.  Lo que pasaba cada vez que hacía flan en microondas, lo tenía perplejo.  Asustado.  Inerme.  Impotente.  Los demás, acusaban al resto de no ocuparse, como si fuera tan fácil.  El, subía los estados.  Esa era su tarea.  

lunes, 10 de abril de 2023

 La mañana se presentó bastante agradable, más bien tirando a fresca en San Rafael, pero todos en su mayoría concurrieron al trabajo.  Menos él, que tenía cosas que hacer, dijo.  Leer, en primer término el nuevo contrato de alquiler.  Revisar, después, el estado del cerco perimetral y controlar que no hayan bichos nuevos.  Los de siempre serán tenidos en cuenta por el jardinero, dijo.  Sonó su teléfono. Era el jefe.  Había que mover cientos de expedientes de lugar, como quien saca la basura en su casa y la lleva a un depósito de chatarra para ser depositada ahí hasta nuevo aviso, mientras hace lugar en la habitación.  Todo eso, por el mismo precio.  No había justicia en este mundo, todos navegaban en internet menos él.  Todos estaban contentos por la llegada del nuevo menos él, que sería quien tendría que prestar su computadora.  Todos estaban ansiosos por la llegada del nuevo, menos él que tenía que ceder como de costumbre a los caprichos de los otros que decían: se ha aislado nuevamente.  No responde los llamados ni nada.  El celular no hace otra cosa que gritar ahí su espanto y él, nada. 

Fue y compró una docena de facturas y las puso ahí, a disposición de todos para que se sirva quien quiera.  Sin embargo, alguien fue y retiró ocho dejando el peladero.  Ya estaban nerviosos querían saber quién había sido.  Estaban angustiados porque si algo así era posible de suceder, qué nos esperaba en adelante.  Todos enterados de la situación, tenían que resolver y actuar en consecuencia.  Era difícil.  No quería que esto pasara, no otra vez.  Pero estaba ahí y era él quien tenía que hacerse cargo.  No había nadie más en el lugar, ni cámaras que atestiguaran lo que sucedía en la cocina cuando se iban todos.  Sería más barato que un sanguche. 

Revisó su correo y ahí estaba.  Era la acreditación para el ingreso a la oficina.  Estaban todos contentos con su llegada, menos ella.  Había puesto cara de mala, la conocían bien.  No hizo más que poner un pie en la oficina y ella empezó a patear al piso, con gesto de delincuenta.  La quisimos de inmediato.  Recordamos lo que pasaba antes, cuando los que venían de afuera eran tratados con sangre en las manos, en la ropa, en los labios.  Morder ahí, era posible.  Y eso querían todos.

Encontró el password y eso le hizo sentir útil, una vez más.  En cuanto pudo, se fue a caminar.  Dejó de lado lo que había hecho hasta ahora. Empezó por socavar su espacio, lentamente, buscando rechazar lo que había hecho hasta el momento. Pero fue imposible, estaba bien preparado, había hecho lo que hay que hacer: estudiar y ser consecuente con sus ideas. Lo que no estaba del todo bien, era que no le daban ni bolilla.  Estaba dándolo todo y sin embargo se encontraba con un hermetismo imposible de romper y eso le provocaba angustia y tristeza.  ¿Por qué, si él había intentado todo para ser agradable, para ser alguien en su vida y conversar, al menos conversar?  Pero no, recibía un silencio que le calaba el alma, ese frío invernal que conmueve al espíritu. 

Se levantó al fin de su silla.  Fue al baño y al regresar intentó cruzar una palabra con el ortiba del jefe.  Ese que siempre está molestando con peticiones insoportables, llenas de ego donde lo único que importa es satisfacer las inquietudes de ese ego inflado y lleno de suberbia, tal como lo señala su esposa en cada enfrentamiento.  Están separados.  Hace años.  Y las últimas reuniones eran por la tenencia de los hijos y, por supuesto, por la tenencia de la antigua máquina de escribir Olivetti que habían decidido transformar en un botín de guerra.  

Pero siguen frente a frente, bajo la tutela y el amparo protector de un abogado que hace las veces de mediador.  Están juntos, inseparables, al final.  Todo parece arreglarse hasta que de pronto estalla la más mínima chispa y se enciende de nuevo la impiadosa vanidad que destruye todo alrededor. Están cansados, lo dijo él, pero siguen porque no tienen dinero, que si no.  Otro sería el cantar. 

miércoles, 22 de febrero de 2023

Nada

 Un gato grande, eso debería buscar.  Pero cómo saber si se volverá grande o no, y digo que el tamaño importa porque después tendrá que pasar por la ventanuca que le dejamos abierta todos los días para que salga y de una vuelta por la vereda, así se distrae un poco y no se pone tan intenso en casa lo queremos grande decía porque es más adecuado para acariciar, tenés más piel y coso.

Lo que vimos ayer nos conmovió: uno que cuidaba la ventana de su casa y salió a recibirnos pero con mucha cautela, se escondió detrás de una baranda y allí estuvo el rato que duró nuestra recorrida por el barrio.  Dimos un par de vueltas a la manzana y después de discutir sobre la conveniencia o no de pasar por esa ventana, llegamos a casa cansados pero contentos de haber hecho ejercicio otra vez.  La enfermedad nos tuvo atrapados un tiempo en casa, sin poder caminar algo que disfrutamos siempre.  Alquilamos un auto y así nos fue. 


Mejoras en el Software de Gestión de Cuotas

  El software sigue funcionando. No está roto. No ha colapsado. Pero la deuda técnica está ahí, acumulándose como una pila de tareas pendien...