miércoles, 29 de septiembre de 2010

Rufino lanzado (VII)

La dueña de la pensión ve a Rufino fumando sentado en la mesa de desayunar y lo llama a su oficina, oscura y sucia.

-Vení chiquito -le dice, mirando por debajo de sus anteojos.

-Si doña ahí voy -responde él, levantándose rápidamente.

-Me vas a pagar esta factura, ahí donde el kiosco de la vuelta ¿estamos? -ordena

-Sí, voy ahora mismo.

-Mejor, así no te olvidás cabezota. -le dice mientras le pasa el dinero y la factura.

-Chau.

Rufino sale a la calle, se encuentra un billete tirado en la vereda y sale feliz a cumplir el mandado. Lleva un dinero que no es suyo, una factura a pagar y algo para gastar. Entra en el kiosco, y mira la cola de gente pagando sus cuentas. Se ubica último como debe ser y observa al que está adelante. Es un trasero interesante. Mira de reojo si lo están observando y sigue en su tarea. Es una rubia de pantalones ajustados, que de repente se da vuelta y lo observa a los ojos. Tal vez se sentía incómoda con su presencia ahí tan atrás, tan cerca.

Rufino espera. Tiene todo el tiempo del mundo y se entusiasma al ver a la chica de adelante. Quiere dirigirle una palabra, decirle alguna pavada, algo que comience el diálogo de manera más o menos decente. No se le ocurre nada, y está llegando al cajero. Maldición.

Quiere abrazarla. Rufino siente un deseo enorme de abrazar a la chica, y busca contenerse. Mira al techo, al piso, al kiosquero, al mostrador lleno de golosinas, pero su vista vuelve una y otra vez a ese cuello, ese cabello rubio, esa cintura y la manera en que lleva su cartera repleta de dinero y facturas -piensa- mucho más importantes que esta porquería que tengo acá. Se imagina abrazando a la chica, quiere besarla, sentir su perfume, devorarselo todo y morder su pelo, pero le llega su turno. Ella de pronto se va, lo deja con tarea pedestre por delante. Tiene que pagar y nada más.

Cuando Rufino sale a la calle, ella ya no está. Se vuelve y compra un paquete de cigarrillos y chicles. Le dan su vuelto y se queda mirando, buscando el olor de ella que tal vez sea ese que se siente en el ambiente. Un perfume a rosas o tabaco, algo que lo envuelve y lo aprisiona, le llena la garganta de lágrimas y su emoción se ve en el espejo, ese que tiene ahi arriba el kiosquero, para encontrarse con la mirada de los chorros.

Relatar, nada.

 Se dijo en la oficina que hacía calor y que había que prender el aire acondicionado, de todos modos estamos preparados para lo peor.  Hoy, ...